Búscame en las calles, en sonrisas, búscame en tus prisas, en las aceras que pisas sin fijarte, búscame en rincones puedo estar en cualquier parte, búscame en tu corazón siempre que te falte.

BIENVENIDA A LA ERA DE LA PERDIDA DE LA INOCENCIA...

Seguidores

domingo, 18 de abril de 2010

BDS.

-¿Edith?-alzó la vista, dejando su rostro a solo unos centímetros del mío-Eres...-me costaba pensar con claridad teniéndolo tan cerca de mí-Eres mi ángel.-me miró expectante-No te rías, por favor, pero desde el primer momento en que te vi supe que serías mi ángel, el que me protegerá de todo lo malo.

-No me reiría jamás de tus sentimientos hacia mí, Sel.-su rostro era inescrutable-Si tú dices que soy tu ángel, entonces róbame las alas para siempre.

Me acerqué más a su rostro, hasta tener la punta de su nariz tocando la mía. Un cosquilleo bajó desde su roce hasta mi garganta, que ya estaba inundada con millones de mariposas que me regalaban los roces perfectos de sus alas. Aquello era como rozar el paraíso con las dos manos, y no me importaba condenarme.
-Sel...-se acercó más a mí, hasta el punto en que nuestros labios se rozaron un poco, pero sin llegar a juntarse.




Intenté volverme de frente a su cuerpo, pero en un gesto brusco caí a la enorme fuente helada, quedando totalmente empapada y abochornada por hacer el ridículo ante Edith de forma tan tonta.


Enfadada, agaché la cabeza esperando escuchar su risa, pero solo el silencio llegó a mis oídos. Levanté la mirada a tiempo de ver como Edith se metía en la fuente, empapando su elegante vestimenta. Su penetrante mirada me atravesaba por completo, estremeciéndome hasta le médula.

-A veces creo que tu torpeza es una bendición...-suspiró esbozando media sonrisa y apartando mi húmedo pelo de mi rostro.

-No... no comprendo por qué dices eso...-tirité por el frío y el miedo de tenerle tan cerca de mí.

Un calor repentino invadió mi cuerpo, y supe que había sido obra de su extraño don, aunque él se empeñase en pensar que era una maldición.

-Quizás un breve gesto diga más que una simple palabra...-suspiró, embriagándome con su aroma cuando se acercó más a mí y apoyó su frente en la mía.

-Edith...-murmuré notando como mis piernas temblaban pese a estar de rodillas en el agua.

-No digas nada...-pidió entre susurros-Solo déjame mostrarte por qué tu torpeza es una bendición...-acarició mi frente con sus labios, fríos y húmedos-Si no hubieses caído en la fuente, ahora mismo no habría podido estar tan cerca de ti.-descendió hasta el hueco entre mis cejas-Ni podría escuchar la danza que tu corazón toca para mí.-besó la punta de mi nariz-Tampoco podría haber hecho algo que deseo desde la primera vez que te vi...

Vaciló unos instantes antes de deslizar sus labios sobre los míos, pero sin besarlos. Solo quedó mirando mis ojos y acariciando mis labios, antes de suspirar y alejarse unos centímetros de mí. Sentía la carrera alocada de mi corazón dentro de mi pecho, intentando salir de la caja torácica y estallar en millones de pedazos.

-Lo lamento.-se disculpó-Sé que es inútil anhelar algo que un monstruo como yo nunca podría conseguir.

La rabia me invadió por dentro al escuchar sus duras palabras en contra de sí mismo. ¿Cómo podía pensar que era un monstruo después de despertar en mí millones de sensaciones y sentimientos? ¿Por qué tanta dureza si había sido un ángel salvador en mi vida? No comprendía como hasta yo misma había rechazado a un ser indefenso y tan hermoso como era Edith. Me sentía culpable por haberle dañado, pero solo había una forma de curar las heridas.

No podía reprimir más lo que mi corazón sentía por él. Había llegado la hora de confesarlo. No quería hacerlo en el preciso momento que el chorro de agua caía sobre nosotros, empapándonos aún más, pero estábamos donde quería, él junto a mi lado, solos, bajo una luna redonda y brillante en un cielo repleto de estrellas. Podía habérselo dicho con palabras, pero no habría tenido tanto mérito. Me acerqué a él, sujetando su rostro entre mis manos temblorosas. Sabía que aquello le pertenecía hacerlo él, pero no me importaba que los papeles se invirtieran por una vez. Dudé unos segundos que se hicieron eternos, pero mágicos, los segundos previos a un beso, al primer beso. Edith me miró fijamente, con el fuego ardiendo en sus ojos, y lentamente acerqué mis labios a los suyos, hasta juntarlos en un beso ardiente, donde su aliento y el mío se acariciaron por primera vez. Solo estábamos él y yo, con mis labios ardiendo bajo la frialdad de los suyos, con mis manos enroscadas en su pelo y las suyas en mi cintura, atrayéndome hacia su cuerpo helado. Los latidos de mi corazón retumbaban mientras nos besábamos con deseo, con amor, con ternura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario